viernes, 9 de diciembre de 2011

La amarilla de Piqué

Me gusta que pasen unos días de los hechos, para poder dejarlos reposar. ¿Os acordais del lío que tuvimos que aguantar por la dichosa amarilla de Piqué? Pues creo que me sirve como ejemplo para expresar mi más rotunda indignación con un sistema que cada día parece más un circo. Y esta vez no me refiero al deporte, sin que sirva de precedente, aunque los símiles deportivos siempre fueron de gran ayuda.

Siempre he sido de la opinión de que los sistemas legales han de ser lo más "delgados" posibles. Y digo delgados por pequeños, cortos, escuetos. Osea que cuantas menos leyes mejor para todos. Cuantas menos leyes solo quiere decir eso: las imprescindibles. Ni muchas, ni pocas. Las precisas.

Vivimos en un mundo donde cada día se legisla más. Se legisla sobre todo. Y ya estoy cansado que me digan a que hora puedo ir al lavabo en mi casa, si tengo que salir a fumar a la terraza, que canal poner en mi televisión. Y es que en democracia encargamos a unos señores que legislen. Pero no hace falta que legislen todo el día. Pueden descansar de vez en cuando. Simplemente que legislen bien.

El ejemplo de la amarilla de Piqué es genial. Los que legislan dicen: a partir de ahora de acabó el forzar amarillas para cumplir un ciclo y poder cumplir la sanción en el partido que a mi me interesa (siempre antes de un partido vital). Lo que haremos es que al jugador que lo pillemos, en vez de un partido de sanción le ponemos dos. Hasta aquí podemos estar de acuerdo. Pero bien... ¿quien tiene que dicidir cuando alguien esta forzando una tarjeta para cumplir un ciclo? El de siempre. El porbre árbitro. ¡Hala! Señor colegiado ya se apañará usted. Con los pocos problemas que ya tiene su trabajo, ahora dedíquese a saber cuantas tarjetas llevan acumuladas los 22 jugadores más sus respectivos suplentes y encima interprete si esa obstrucción de Xavi Alonso o esa pérdida de tiempo de Piqué son por este u otro motivo. Y acaba como tiene que acabar. Con la rápida directriz por parte del Comité de Árbitros que dice: "no se compliquen ustedes la vida".

Ya tenemos al legislador contento con su ley y al que la tiene que aplicar lavándose las manos. Y cuando el caso queda sin pena por el artículo 22, llega el Comité de Competición, que sería quien tendría potestad para sancionar fríamente desde el despacho y con toda la información, y también se lava las manos.

En definitiva, una ley que nadie quiere, ni puede aplicar. ¿Y para que narices se redacta? Las leyes no son para llenar hojas y así el libro quede más bonito en la estantería, por favor. Las leyes tienen que servir para algo. Y para algo no es para estorvar ni hacer la vida más difícil a la gente.